Domingo. Poco a poco, cada uno de los participantes
comenzaba a llegar a Osuna y a presentarse, uno más nervioso que el anterior.
Sin embargo, tras un par de horas de charlas (y silencios) y una comida a base
de macarrones la confianza comenzaba a ocupar el lugar que le correspondía y
los nervios iban retirándose despacio.
Aun así, a eso de las siete de la tarde, volvieron.
Estábamos a punto de conocer a las personas con las que íbamos a compartir
estos quince días y que, sabíamos, iban a ser muy importates para cada uno de
nosotros. Tras un muy caluroso paseo llegamos a la Plaza de España y, allí, nos
quedamos quietos y boquiabiertos. Pancartas de colores dándonos la bienvenida y
sonrisas ilusionadas se podían encontrar por doquier pero, a pesar de los
nervios instalados en la boca de nuestros estómagos y, seguro, también de los
suyos, corrimos a conocerlos. Fuimos saludando y conociendo a cada uno y, ellos
a nosotros. Como todas las personas en este mundo, todos éramos diferentes y
únicos, cada uno con sus problemas, limitaciones y cualidades, pero teníamos
algo en común: la alegría e ilusión por lo que acababa de comenzar y que, sin
duda, nunca olvidaríamos.
Entre las calles de Osuna y los más de treinta grados del
termómetro comenzaron a construirse, muy lentos, los lazos de amistad y de
cariño que se refuerzan cada día, y que nos harán vivir experiencias con las
que creceremos como personas, de eso estamos seguras.
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